martes, 21 de enero de 2014

Una introducción (no exhaustiva) al estudio científico de la religión (III)

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La religión es quizás uno de los elementos que más ha influido en la conformación de la estructura de las sociedades humanas, desde las más antiguas hasta las más modernas, condicionando de manera radicalmente opresora a otras facetas: política, economía, educación, legislación, sanidad, etc., llegando incluso a limitar y muchas veces a paralizar el conocimiento científico y el desarrollo tecnológico hasta en las sociedades occidentales más avanzadas. Por tanto la compresión de cómo ha aparecido y todavía se mantiene prácticamente en todas las culturas es un objeto de estudio del máximo interés tanto académico como social.
Anteriormente comenté algunas hipótesis y estudios que intentan explicar la aparición de la religión dentro del contexto evolucionista. Así diversos estudios sugieren que la religión podría ser bien un fenómeno adaptativo (al atenuar o controlar el miedo a la muerte, el estrés ante situaciones inabordables o como elemento cohesionador del grupo)  o bien un subproducto que ha parasitado a una adaptación previa (como sería el comportamiento acrítico de los niños ligado a la supervivencia). En cambio otros estudios apoyarían la hipótesis de que la especie humana estuviera psicológicamente preparada o “preprogramada” para la religión. En esta entrada presentaré un enfoque algo diferente sobre el tema que se ha denominado la hipótesis enteogénica de la religión.
Es bien sabido que desde la más remota antigüedad y hasta la actualidad, infinidad de pueblos y culturas diferentes han utilizado diversas sustancias de origen vegetal con propiedadespsicotrópicas, capaces de producir estados mentales transitorios que alteran diversos procesos cerebrales tales como la percepción, el ánimo, el estado de conciencia o el comportamiento, con fines chamánicos y religiosos para acceder a formas no convencionales de “conocimiento” y de relación con un supuesto “mundo espiritual”.  Entonces esta hipótesis desarrollada a finales de los años 70 del siglo pasado por un grupo interdisciplinar de etnobotánicos vendría a suponer que la religión, en su vertiente más original es un subproducto del uso de sustancias alucinógenas por parte de nuestros antepasados, que confundieron el mundo imaginario (creado por la ingestión primero accidental y posteriormente deliberada de estos agentes psicotrópicos) con entidades inmateriales “reales” a las que dotaron de intenciones, sembrando así el germen de todo el complejo y diverso mundo “espiritual” que ha atrapado a millones y millones de personas a lo largo de nuestra ya dilatada historia.
Y aunque los experimentos para comprobar esta sugerente hipótesis han sido muy escasos, por la dificultad y también por la reticencia cuando no por el rechazo a someter en un experimento controlado a humanos a la acción de estas poderosas sustancias, los resultados han sido muy ilustrativos. Allá por la década de los transgresores años sesenta del siglo XX, un grupo de estudiantes de teología de la Universidad de Boston fue reclutado para un primer experimento sobre el tema. Así, antes de acudir al servicio religioso en la capilla de la facultad, a la mitad de ellos se les administró el alcaloide psilocibina (proveniente de hongos utilizados desde la antigüedad en ritos chamánicos) y al resto niacina o vitamina B3 como sustancia placebo. Después, los estudiantes que habían tomado el alcaloide describieron haber tenido una profunda y mayor experiencia religioso-mística que aquellos individuos que habían tomado el placebo.  Posteriormente se detectaron algunas deficiencias en cuanto a la realización del experimento, de tal manera que sus conclusiones quedaron en suspenso.
Y así tuvieron que pasar cuarenta años hasta que a principios del siglo XXI se pudo realizar un experimento similar en condiciones de ensayo de doble ciego más rigurosas y con mayor número de individuos. Los individuos que habían tomado el alucinógeno describieron en un cuestionario realizado a las 7 horas de ensayo haber vivido mayores y más profundas “experiencias místicas” que los individuos del grupo control. Pero lo más llamativo del estudio fue que a los dos meses de la realización del experimento, los voluntarios que habían recibido el psicotrópico eran más positivos, altruistas y espirituales que los pertenecientes al grupo control tal y como lo indicaban los propios individuos estudiados y lo más interesante, lo percibían los miembros de su entorno social, aún cuando alrededor de un tercio de los individuos tratados con el alucinógeno habían descrito molestias, ansiedad y disforia después de haber tomado el psicotrópico. Un posterior estudio mostró que incluso después de más de un año estos individuos seguían considerando la experiencia alucinatoria como el evento tanto personal como espiritual más importante de sus vidas, describiendo el experimento en términos claramente místico-religiosos. Es decir, que con la simple ingesta de un agente psicotrópico se crearían las condiciones básicas tanto individuales como sociales para la formación y sobre todo el desarrollo de una mente religioso-espiritual más allá de los pasajeros efectos alucinógenos iniciales.
Y si estos sorprendentes efectos persisten en personas adultas del primer mundo, que cuentan con acceso prácticamente ilimitado a la información y a la tecnología, difícilmente impresionables (al menos de forma duradera) por la ingente cantidad de conocimientos a su disposición y expuestos a todo tipo de experiencias y sensaciones de manera constante, podremos imaginar la poderosa herramienta que significaron este tipo de sustancias cuando se usaban (o se siguen usando) en contextos más alejados del supuestamente analítico y globalizado mundo occidental, en pequeñas y antiguas culturas locales formadas por unos pocos miles de individuos fuertemente cohesionados en agrupaciones tribales cerradas, sujetas a un entorno social con escasos y muy espaciados cambios y poco o nulo contacto con el exterior y en donde casi todo su hábitat debía de ser por fuerza inextricable a la vez que enigmático. Y todo ello en presencia de un cerebro de gran tamaño, afinado por un par de millones de años de evolución para la búsqueda de patrones y hábilmente especializado en encontrar relaciones de causalidad.
P.D.
Y aún cuando en la actualidad los millones de personas que consumen habitualmente este tipo de sustancias en el mundo occidental las usan con fines recreativos como una droga más, sin embargo utilizadas en altas dosis aún son capaces de producir experiencias místicas en muchos de sus consumidores habituales. Por tanto estén atentos a la venida del siguiente Mesías.
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