
Hace unos días hablábamos de la diferencia entre creencias y evidencias en un artículo titulado «Repitiendo mantras». Intentábamos explicar por qué no es lo mismo creer en una Tierra hueca y afirmar que el interior de nuestro planeta está formado por roca fundida y un núcleo metálico. Con ello, nos resulta aún más sorprendente esta tendencia a abrazar irracionalmente tales supersticiones.
No tengo la formación necesaria para entrar en las razones psicológicas que pueden originar tales comportamientos irracionales, de igual forma que tampoco entiendo por qué determinadas personas son incrédulas por naturaleza. No obstante, me voy a atrever a aventurar algunos factores que pueden ser importantes a la hora de entender estos comportamientos.
Porqué creer antes al curandero que al médico
Recuerdo que hace algunos años, una buena amiga me explicaba porqué mi madre podía creer antes a un sanador que a un especialista sanitario.
Imagina, decía, que un médico le dice a tu madre que su diabetes se debe a una insuficiencia en la producción en una molécula invisible llamada insulina y que es una hormona polipeptídica sintetizada en las células betas de los islotes de Langerhans del páncreas endocrino, modificada posteriormente en el aparato de Golgi por una serie de enzimas y, uniendo dos fragmentos mediante un puente disulfuro, es liberada a la sangre cuando los niveles de

Por otro lado, continuó mi amiga, imagina que ahora tu madre visita a un curandero, el cual le explica que la razón por la que se siente desganada y padece un cansancio continuo es que la canalización de su energía interior se ha deteriorado, de igual forma que las tuberías de un edificio terminan teniendo fugas con el tiempo. Afortunadamente, la reparación es relativamente sencilla y se reduce a tomar diariamente unas gotas de un remedio natural que actúa como un sellador, tapando los puntos por donde la energía se escapa. En tres meses, a lo sumo, recuperará totalmente la salud con sus conductos energéticos restauradas.

No dispone de herramientas para diferenciar una explicación de otra, ni tiene la experiencia necesaria para pensar en la efectividad de una terapia incierta frente a la alternativa “natural”. Su dilema no consiste en sopesar opciones, en comparar evidencias ni en detectar inconsistencias. Lo que tiene que elegir es creer en una versión o creer en la contraria, sin más datos que su intuición. Debe confiar en un médico que confiesa no saber curarla o en un sanador que afirma poder hacerlo de forma rápida y definitiva.
Ni tan siquiera ambas creencias están en igualdad de condiciones. De lo que le dijo el médico no entiende absolutamente nada, pareciéndole un relato sacado de una de esas películas de ciencia-ficción. Por el contrario, la explicación del curandero es mucho más razonable; lo de las tuberías rotas tiene su sentido.
Como es de esperar, mi madre es pasto de los curanderos.
Repartiendo responsabilidades
Achacar estos comportamientos a la ignorancia del incauto o a la falta de escrúpulos del estafador no es más que una personalización de un problema mucho más general, instalado en el propio tejido de nuestra sociedad. Cabría preguntarse, profundizando un poco más, cuál es el motivo de esta ignorancia, de igual forma que habría que explicar cómo nuestra sociedad permite que un tipo estafe a una anciana hablándole de cañerías energéticas. Echarle la culpa al tonto es escurrir el bulto y evadir nuestra propia responsabilidad.
Y es que el compromiso nos alcanza a todos, empezando por los propios científicos que no son capaces de difundir sus descubrimientos a la sociedad; al sistema educativo centrado en una escolarización polarizada hacia la formación universitaria y olvidándose de la población más allá de los campus y las escuelas; a los medios de comunicación, cegados por las audiencias y los prime time y, como no, al aparato del estado que jamás entenderá (o por el contrario, entiende muy bien) que un pueblo ignorante no es un pueblo libre.
Sólo existe una solución que ofrezca resultados a largo plazo, y consiste en que seamos capaces de discernir la superstición de la evidencia, la razón del oscurantismo. Lamentablemente, no es fácil ni rápido, ni siquiera estoy seguro de que sea posible. Pero de lo que sí estoy convencido es de que, si no empujamos todos juntos, la estaca no se mueve.
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